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Noticias de Apinta

  • 17-11-2005

    17 de noviembre de 1972: el día en que volvió Perón

    Había pasado 18 años en exilio. Llegaba al aeropuerto de Ezeiza rodeado de autos oficiales. El General retornaba junto a más de 150 acompañantes, provenientes de las más coloridas corrientes internas del justicialismo y de los más variados sectores sociales.


    TELAM

    La esmirriada figura de José Ignacio Rucci, esforzando su brazo para cubrir de la lluvia al general Juan Domingo Perón, rodeado de autos oficiales y policías en motos, en medio de la pista del aeropuerto de Ezeiza, simbolizaba la culminación de casi 18 años de luchas y sacrificios de muchos argentinos. El reloj marcaba las 11:20 y la lluvia arreciaba. En aquel momento, Perón quizás sintió un sabor a desquite por aquel intento de volver en 1964, que, por pedido del entonces canciller argentino, Miguel Angel Zavala Ortiz, los militares brasileños frustraron en el aeropuerto carioca de El Galeao. Perón ahora retornaba junto a más de 150 acompañantes, provenientes de las más coloridas corrientes internas del justicialismo y de los más variados sectores sociales: cultural, político, deportivo, artístico, científico y religioso. En aquel legendario avión, que Alitalia solía ceder al Papa, viajaban desde los directores de cine y cantantes, Hugo del Carril y Leonardo Favio; la actriz Marilina Ros y la modelo Chunchuna Villafañe; pasando por el futbolista José Sanfilippo y el campeón nacional de box, Abel Cachazú, hasta los curas "tercermundistas" Carlos Mugica y Jorge Vernazza. El histórico Antonio Cafiero, se codeaba con Héctor J. Cámpora, Isabel Martínez y hasta con el mismo José López Rega. El jefe de los metalúrgicos Lorenzo Miguel y un "flaco" Guido Di Tella, departían con Carlos Menem, entonces sólo jefe partidario de La Rioja y los médicos Raúl Matera y Miguel Bellizi. Nilda Garré, que en 1973 fue la diputada más joven de la historia, se cruzaba con la actriz Silvana Roth, recordada militante de la primera Rama Femenina, junto a Evita. Otro viajero era el dirigente sindical de Smata, José Rodríguez y sus colegas del sindicato de Luz y Fuerza, Adalberto Wimer y el secretario del de la Construcción Rogelio Coria. Y estaban además, el periodista Sergio Villarruel, el dirigente social y docente universitario Emilio Mignone; el actor Juan Carlos Gené, el escritor José María Castiñeira de Dios quien había participado del primer gobierno peronista y el historiador José María Rosa. Se sumaban el médico personal de Perón, Jorge Taiana; el economista Alfredo Gómez Morales; la escritora Marta Lynch; Eduardo Luis Duhalde, actual secretario de Derechos Humanos, y Roberto Petinatto, padre del conductor de televisión. Cuando el comandante de la nave avisó que ingresaban a cielo argentino, muchos quisieron cantar "Los Muchachos Peronistas", pero el General reaccionó:"Ahora corresponde que entonemos el Himno Nacional. Y lo comenzó a entonar" (relato de Raúl Matera). Ya de madrugada, abajo, desde los barrios más humildes, habían comenzado a ponerse en marcha cientos y cientos de camiones, muchos desvencijados, llenos de manifestantes de todas la edades.
    Querían, aunque no pudieron, eludir el aro de seguridad que ya había implantado el ejército del general Alejando Agustín Lanusse. Plásticos y lonas enormes, eran las únicas defensas contra la lluvia, aunque varios miles de manifestantes no se detuvieron y cruzaron las aguas del río Reconquista "para poder ver al Líder".

    El gobierno militar, había querido amortizar el paro general, de la CGT que comandaba Rucci, de aquel viernes disponiendo una "jornada no laborable". La inmensa movilización , en particular desde todo el conurbano bonaerense, era muestra de la situación política y social imparable que iba a dejar atrás la vieja antinomia peronistas-antiperonistas. El General Perón aportó en ese sentido, al convocar en la tarde de aquella jornada, al viejo líder radical, Ricardo Balbín. Lo recibió en su nueva casa de la calle Gaspar Campos, de la localidad de Vicente López. Ambos sellaron allí la voluntad política de pacificar a la Argentina, como condición primera para reemprender un camino de desarrollo autónomo.

    En el mundo el presidente estadounidense Richard Nixon había ordenado iniciar el retiro de las tropas que combatían en Vietnam, en medio de enormes movilizaciones de protesta contra esa guerra. Nixon también ponía fin al embargo de veinte años al comercio con la China de Mao, que a su vez lograba ingresar a las Naciones Unidas. El canciller socialdemócrata alemán, Willy Brandt, recibía el Premio Nobel de la Paz. Mientras en Chile gobernaba el socialista Salvador Allende. Los planes de Perón pretendían entroncar con esa corriente de apertura y convivencia pacífica. En tal caso, se podía ver inscripta en esa misma corriente mundial la restitución de los restos de Eva Perón al General, cuando aún permanecía en su refugio madrileño, la residencia Puerta de Hierro. Ocurrió el 3 de setiembre de 1971. Era una historia que había comenzado con un oscuro derrotero en 1956, cuando, se supo luego, por orden del general Pedro Eugenio Aramburu, los restos de Evita fueron depositados secretamente en un cementerio italiano, bajo otro nombre, custodiados por una orden de la Iglesia Católica.

    En 1973 el otrora primer presidente de la Cámara de Diputados en 1946, Héctor J. Cámpora, a la sazón último delegado personal de Perón, finalmente tuvo que ser el candidato a presidente de la Nación, junto al conservador-popular Vicente Solano Lima, en los comicios que el régimen militar convocó para el 11 de marzo . El presidente, el general Lanusse, un viejo antiperonista que había participado en 1951 la primigenia intentona golpista contra el primer gobierno justicialista y por la cual había estado preso hasta septiembre de 1955, impidió la candidatura de Perón. Impuso una cláusula que obligaba a que los candidatos tuviesen una residencia mínima en el país anterior a los comicios que Perón no podía cumplir. El General había sido obligado a exiliarse hacía más de 17 años y recién en ese momento había podidod regresar. La trampa estaba a la vista. "No le da el cuero" había dicho un Lanusse desafiante y de allí en más, el torrente de las movilizaciones y luchas se resumió en una consigna: "Luche y Vuelve". La estadía breve de Perón en la Argentina, además de designar al binomio Cámpora-Lima, se centró en promover la unión nacional. Se fijó principalmente, sellar una reconciliación histórica con el radicalismo y su jefe, Ricardo Balbín. El paso fue consagrado en el restaurante Nino, también de Vicente López, el 20 de noviembre de 1972, día de la Soberanía Nacional, por recordarse la batalla de Vuelta de Obligado, donde una pobre armada criolla había enfrentado a las poderosos barcos franceses y británicos. "El balbinismo ha llevado las coincidencias a un punto en que sus propios afiliados afirman no reconocer, a veces, el límite entre el pensamiento radical y el peronista" (Nota de Heriberto Khan en el diario "La Opinión" del 4 de enero de 1974). A Perón le quedaba por delante subordinar a ese acuerdo, a las enormes fuerzas internas que comenzaban a deslizarse hacia violentas luchas sucesorias, que salieron con furor a la superficie cuando el viejo general retornó para siempre el 20 de junio de 1973. El general, ya muy enfermo, se vió enfrentado más tarde con los que llamó "imberbes" que se irán de la Plaza aquel último 1 de mayo. También con quienes, escondidos tras una máscara "ortodoxa" silbarán la misma melodía facciosa. Ciegamente equivocada. Así, aquella mayúscula esperanza de reencuentro nacional del retorno de Perón, se fue diluyendo por la incomprensión y el antagonismo sectario. Los acuerdos de la Hora del Pueblo enflaquecieron, se debilitaron por inauditos enfrentamientos. Los argentinos, muchos sin saberlo, habíamos comenzado a entreabrir puertas para el desencuentro trágico. Un desencuentro que ahondó desde entonces la subordinación de nuestra Patria a mandatos extranjeros, que fragmentó la sociedad como pocas veces se había registrado en nuestro historia y que hizo que la pobreza sumiera a un impensado ejército de millones. No casualmente Perón, en aquella primera visita de sólo veintisiete días, confesó:"Yo con Balbín voy a cualquier parte". Y el jefe radical, a su vez había concluido: "No más antiperonismo". Lo cierto que la esperanza grandiosa de unión que había traído su retorno, terminó cuando el general falleció. La violencia facciosa que sobrevino puso al descubierto el vuelo corto de los herederos "de izquierda y de derecha". Los únicos beneficiados fueron oligarcas y de allí la sentencia: "Por sus frutos los conoceréis". 


     
     

     

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