Augusto Comte -el filósofo positivista que fundó la sociología- gustaba distinguir conceptualmente las opiniones de los deseos. Era la época en que, según los filósofos, las ciencias físicas y naturales debían servir de modelo para las nacientes disciplinas sociales.
Se pensaba -hoy nos parece una ingenuidad- que la ciencia política tenía que aspirar al rigor de la astronomía y que la sociología era la culminación moralista de una pirámide de ciencias en cuya base estaban las físicas y naturales.
Con esos supuestos, Comte creía que en política los diagnósticos fundados equivalían a las opiniones y debían ser blandidos por los especialistas. Los deseos, al contrario, eran el modo de expresión característico del pueblo iletrado.
Cuando surgieron y se conceptualizaron fenómenos como la "opinión pública" o la "ideología", las "opiniones" de Comte dejaron de ser monopolio de los expertos para convertirse en la moneda de cambio de la esfera pública.
La democratización del sistema educativo y el desarrollo de los medios de comunicación escritos resultaron fundamentales en esta transformación.
Sin embargo, "opinar" y "desear" mantuvieron cierta reminiscencia comteana. En efecto: para opinar en el mundo de hoy no es necesario ser un experto, pero hay que informarse, aunque esa información sea escueta; la opinión, además, debe ser verosímil.
El deseo, en cambio, mantiene su carácter indeterminado e insondable. Con el límite de la cordura, en una sociedad democrática nadie le niega a otro que desee lo que quiera. El deseo no está sometido a verificación. Traslademos estas reflexiones al análisis del escenario electoral.
Los electores, que finalmente decidirán la suerte de los candidatos, tienen, además de dudas, opiniones y deseos.
En consonancia, los discursos de los postulantes y la publicidad política buscan, durante la campaña proselitista, despejar dudas, reforzar o cambiar opiniones y atizar deseos.
Un votante que posea una opinión favorable y fundada sobre un candidato y dirija su deseo hacia él es la meta de cualquier estrategia electoral exitosa. Los comandos de campaña mueren por capturar votantes con esos atributos.